13.10.08

El viaje mágico


Otra vez ese olor extraño golpeaba su nariz. La carboncilla de la locomotora le hizo renunciar a su intención de contemplar el paisaje, cerrando la ventana entre maldiciones y quejosa tos.
El tren nos llevaba camino de Asturias. Nos habíamos escapado del internado, un lúgubre edificio que se hallaba en medio del páramo, en busca del mar.
Nunca lo había visto antes, y fue gracias al recién llegado que adquirí ese interés por verlo, ya que antes podíamos vivir el mar y yo tranquilamente sin saber uno del otro. Pero el canijo, como le puse de mote dada su delgadez me enseñó, aunque ya sabía pero no de esa forma, a leer mágicamente. Al principio fue objeto de las burlas propias de quienes no habíamos leído más que los deberes y las normas del recinto que estaban expuestas por todos lados. Y sinceramente, resultaba difícil de creer que leer fuera mágico. Más el canijo traía en su maleta unos libros que fue lo único que conservó de la riada que acabó con su familia y hogar.
El viaje desde la tierra pucelana en la carreta de los desposeídos, como la llamaban fue una tortura de varios días, y el catre del internado le supo a gloria. Y tuve la suerte de que el suyo estuviera junto al mío, porque a lo largo de las noches que siguieron, pude descubrir que era aquella magia a la que se refería y que le mantenía atrapado leyendo en los ratos libres sin querer jugar a las cruzadas.
Una noche, antes del apague de las luces, le pedí si podía prestarme uno de sus libros, más llevado por certificar que un libro no podría ser mágico y presumir al día siguiente ante los demás humillándole. Aunque evidentemente esto no se lo dije al pedirle el libro. Accedió con la condición de que se lo devolviera cada vez que dejara de leerlo. Acepté tal propuesta pensando que esa misma noche no volvería a pedírselo.
Pero me equivoqué, y vaya si lo hice, porque sin saber como el caso es que tras devolvérselo al apagarse las luces, volví a pedírselo al día siguiente y así en los días que siguieron. La travesía de aquel navío y sus personajes en busca de una isla del tesoro me llevaban lejos de allí. Ojalá el padre tirano nos narrara así las clases de Historia, seguro que no bostezaríamos tanto.
Esta mañana temprano era el día señalado.
El plan, una vez me gané su confianza, aunque nunca le conté que pasaba por mi mente el día que le pedí por vez primera un libro, lo elaboramos con la ayuda de Huckleberry Finn, un experto en fugas de sitios horribles, y aquel lo era.
Que tontos debían de ser los rectores del internado, ya que no le quitaron los libros al llegar diciendo que no contenían actos impuros. Bueno, uno sí le quitaron, La divina comedia, algo que nunca comprendí porque nos decían que todo lo divino era bueno. En fin. El caso es que con tanta sabiduría no supieron ver la magia ante sus narices, una inmensa puerta hacia la libertad.
Esa frase era del canijo, pero me encantaba, sobre todo cuando esa mañana al alba atravesamos la verja con cuidado de no despertar al rechoncho y borracho padre Chancho que la custodiaba. El pobre no advirtió el orujo que le pusimos en el cáliz hasta que ese día tras varias misas cayó redondo.
Corrimos como nunca hasta llegar al apeadero del Valdebás del Bierzo. Por el humo que divisábamos cada mañana desde el internado calculamos el horario del expreso del norte, tal como nos decía en el libro Huckleberry, y efectivamente llegamos a tiempo de subirnos a un vagón justo cuando aminoraba el tren su marcha para aprovisionarse de carbón y agua para las calderas.
El plan estaba saliendo a la perfección. Ambos nunca habíamos visto el mar, y la emoción podía verse reflejada en nuestras miradas.
La negrura de su rostro a causa del carboncillo me hizo sonreír al verte estornudar. Cuando de repente al sentir en mis manos el tacto de aquel mineral recordé por vez primera en muchos años mi origen y pude ver en mi mente algo parecido al rostro de mis padres.
Pero eso ya será en otro capítulo, que entramos en los túneles y no puedo seguir escribiendo.

La jornada había sido dura y pronto el sueño nos venció entre un mar de gente que unos de pie y otros sentados llenaban aquel vagón. Entre mis manos, fuertemente sujeto un libro. En mis sueños, su magia.

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13 commenti:

Elena Cardenal ha detto...

Es cierto, algunos libros parecen mágicos por todo aquello que nos aporta (nos hace viajar a lugares a los que nunca llegaríamos o nos hace sentir y experimentar cosas que no lograríamos quizás sin ellos).

Un beso!

VaNe ha detto...

Una profesora, con la que tuve la suerte de toparme hace ya algunos años, siempre decía que los niños no leen libros llenos de magia y aventuras no crecen de la misma manera que los que sí que los leen.... ¿Estamos de acuerdo con ella, no? ;)

(En el texto he echado de menos un "visto" y algunas cuantas comas y acentos. Pero que lo digo en plan BIEN y porque siempre hay tiempo para revisar y echar un ojo a todo. No me lo tomes a mal y aplícame todas las correcciones que hagan falta a mí, ¿oks?)


Un saludo!

El Peregryno ha detto...

Me ha gustado, trenes, el mar, viajes...más ahora que marcho yo también de camino a Asturias, al encuentro de nuevas aventuras y peripecias escapando de la prisión interior.
Un saludo y gracias por el enlace, es todo un honor, killo!!

Rebeca Gonzalo ha detto...

"Entre mis manos, fuertemente sujeto un libro. En mis sueños, su magia." El cierre perfecto para una historia que me ha hecho recordar a Harry Potter (pese a quien pese), "Ron, ron, la botella de ron..." y por supuesto la magia de los libros y su mundo de papel. Maravilloso homenaje a esos amigos que directa o indirectamente debemos a Guttemberg. En fin... un saludo.

Nessa ha detto...

Me encantan los viajes en tren y si vas solo, mejor... se pueden apreciar y descubrir cosas muy interesantes: dentro y fuera de él.

¿En compañía? Eso ya es otra historia :)

Saludos,

Hedda

Isabel Tejada Balsas ha detto...

"Entre mis manos, fuertemente sujeto un libro"


genial .*

Pedro ha detto...

Has escrito una historia realmente cautivadora, de las mejorcitas que te he leido por lo que dice y como lo dice, por la riqueza en los detalles que se hacen tan cercanos y la parcialidad del recuerdo del que lo cuenta (narrador). Pero además es que el fondo de la magia de los libros y el modo en que consiguen la libertad gracias a ellos me ha parecido encantador.


Un abrazo,


Pedro.

Anonimo ha detto...

Me has creado una duda: ahora ya no sé si lo tuyo son las denuncias sociales o los viajes (en tren, en avión (con turbulencias) o en autobús) :P

Desprende magia a cada párrafo, niño. Es un relato "para adultos" pero que nos hace volver atrás y rememorar mil cosas de cuando éramos unos canijos... ¡Me encantó! =D

Un besiño!!!

María José ha detto...

No todo el mundo sabe apreciar la magia de los libros, la magia de los viajes, la magia de un compañero con quien compartir el libro y el viaje...... tu sabes lo que es esa magia y sabes transmitirnosla cuando escribes.

Sara ha detto...

Tu historia tiene todos los ingredientes necesarios bien combinados y ese toque Asturiano que me encanta ;)

Esther ha detto...

Me encantó tu historia.

Y es cierto, los libros son mágicos: te hacen evadirte de la realidad, viajar por otros mundos y realidades, crear... ...yo creía que la magia eran sólo hechizos, etc. pero, ahora voy descubriendo que hay tantos tipos de magia... ...y muchas veces nos pasa tan desapercibida...

El mar es único, sobre todo para mí, el mediterráneo, de los que conozco.

Saluditos.

Metalsaurio ha detto...

Ei, muy bueno.

Condicionado por cómo pensaba que iba a acabar la historia tuve que releer el final.

Lo que yo imaginaba es que el Nínive narrador, con el olor del carboncillo con el que escribía la historia, volvía a la realidad al recordar que era sólo un relato. Y que, al considerar el cuento como su hijo, se sintiese como sus propios padres.

En fin...

Buen final, de todas formas.

Dibújame una sonrisa... ha detto...

Bienvenido de nuevo...me alegra mucho que los libros te hayan llevado de viaje y hayas vuelto a llevarnos contigo!
Besines!